Venecia, 15 de octubre de 2021- Paso rápido, manos listas para ponerse a trabajar, un reposapiés de madera, cortinas abiertas en la plaza de la ciudad, anteojos, herramientas de trabajo y años de experiencia en la mente, en los ojos y en las manos. Así es como las tradicionales encajeras de Burano se preparan para pasar otra tarde en compañía de hilo y aguja, sus pequeños cojines, el “morello” para bordar y papel de paja, listas para completar otra obra de arte y otra parte de la historia italiana. Charlan, unas con otras, frente a frente, hablan con cualquiera que se acerca curioso para descubrir los secretos de sus trabajo, discuten: “de las dos es ella la que habla mas”, “ella es la más talentosa”. Se conocen desde siempre pero aún hoy, incluso a los 80 años, cada vez que muestran a alguien sus bordados, tienen esa misma luz en los ojos que tenían cuando eran niñas y sus abuelas pusieron entre sus manos, por primera vez, una aguja y un hilo de algodón blanco.
El amor por su trabajo de las maestras del encaje de aguja de Burano se nota inmediatamente, es evidente en su movimientos, en su silencio, en la concentración, los ojos enrojecidos, por el hecho de que nunca apartan la vista, se nota por la habilidad de sus manos, que saben de memoria como crear, a partir de un dibujo sobre papel, una obra de arte precisa y indestructible. Se percibe por el hecho de que todavía están sentadas, como voluntarias, a su edad, dentro de la que una vez fue la floreciente “Scuola di Merletto di Burano” (Escuela de encaje de Burano), un museo hoy en día, para llevar adelante una tradición que, en el pasado fue gloriosa, pero actualmente corre el riesgo de desaparecer.
Seis de ellas se quedaron en Burano para conocer todos los secretos del encaje, dos de ellas son Mary Costantini y Romana Memo que, con motivo de las celebraciones por los 1600 años de Venecia, decidieron contarnos su trabajo como encajeras. Hoy, como entonces, están unidas por la misma pasión por un trabajo aparentemente solitario pero que requiere tiempo y espacios compartidos, y el amor por lo que hacen. El de los encajes es un trabajo individual pero se hace todas juntas, sentadas frente sus casas con vecinas, abuelas, madres, nietas, como se hacía en el pasado, entre amigas en la habitación, una al lado de la otra, hablando de recuerdos entre hilos de algodón blanco.
“Llevo haciendo esto hace mucho tiempo, desde que era una niña, tenía seis años- dice Mary Costantini, maestra de encaje de Burano- de niñas es un divertimento, pero el de encaje es un trabajo muy particular, te tiene que gustar. Mi mamá quería que aprendiera a hacer bordados, pero a mi no me gustaba ser costurera, ni bordar, realmente no tenía el gen, con el encaje pero es otra historia, puedo empezar a trabajar por la mañana y puedo estar aquí toda la noche sin darme cuenta. El encaje era mi destino, y puedo decir que el tiempo me dio razón”.
Las fases de creación de un encaje de Burano son siete. Siempre se empieza con un diseño, y luego hay la “orditura”, que es la superposición de dos capas de tela que se alternan con tres hojas de paja de papel, una hoja con el dibujo, y otra de papel encerado cosida a máquina a lo largo del contorno del dibujo. Después hay la primera fase de trabajo, la base, el “Ghipur”, luego está el “Punto Venezia” que consiste en cocer pequeñas secciones que conectan varios puntos del dibujo, seguido por el “punto Burano”, una red cosida con un hilo extremadamente fino, luego se hacen los relieves, y por fin, la fase final: el “punto cappa con picò”, que es el encaje festoneado.
En el pasado, cada encajera en la Escuela de Encaje de Burano se ocupaba de una sola parte de la obra. Por lo tanto, había siete especializaciones: las expertas en dibujo, las que se ocupaban del Ghipur, las que hacían solo el “Punto Venezia” y las que hacían exclusivamente el “Punto Burano”, así como las maestras en relieves. Aunque teóricamente todas sabían hacer todo, las que hacían cada día el mismo trabajo eran expertas porque adquieren velocidad y perfección, dos elementos fundamentales que han hecho esa obra textil, nacida en la pequeña isla de la Laguna de Venecia, unas de las artesanías italianas más apreciadas en el mundo.
“Todos parecen iguales – comenta Mary mientras cuenta la historia de la Escuela de Encaje donde estudiaron – pero cada puntada tiene su propia manera de tirar del hilo, de dejarlo mas suave. Una vez había mucho trabajo, y cada persona que estudiaba en la escuela se especializaba en una sola puntada. Siempre me ha gustado hacer la puntada más básica, la llamada “Ghipur”, eso fue mi trabajo. Hoy las hago todas, desde el principio hasta el final, pero los tiempos han cambiado”.
El encaje de Burano se hace tradicionalmente exclusivamente con hilo de algodón blanco. El algodon es el mejor material con el que hacer este trabajo, ya que es muy duradero y flexible al mismo tiempo, y la eleccion del color blanco, ademas del lado estetico, es hecha siempre por la misma razon: este color conserva la estructura solida del hilo, en comparacion con la de un hilo de color, y hace que el encaje de Burano, una vez completado, se convierta en un objecto duradero, que puede ser lavado sin arruinarse.
“La novedad de los ultimos anos en materia de encaje – dicen las maestras Mary y Romana- es que se ha introducido el hilo de color, incluso si esto tiende a quitarse y romperse. Nosotras trabajamos haciendo muchos nudos pequeños, la calidad del hijo para nosotras es muy importante. Desde nuestro punto de vista, casi nunca usamos hilo de color, incluso si desde hace tiempo se ha puesto de moda, pero las diferencias con el hilo de algodon blanco tradicional son muy notables”.
Aquellos que quieren ver como lo hacen, o pedirles una lección de “punto Venezia”, pueden encontrarlas en el primer piso del Museo del Merletto di Burano (Museo de Encaje de Burano), sentadas en la mismas mesas de madera que solían usar cuando eran niñas, en las primeras lecciones de la escuela profesional de encaje de aguja más famosa en el mundo. Vienen de dos en dos, por las tardes, se sientan, trabajan y están disponibles para cualquier interesado en dedicar un momento de su tiempo a la memoria de un trabajo de gran valor.
Minucias de los detalles, paciencia, precisión, una técnica antigua transmitida de mano que ha llegado, sin cambiar, hasta ahora: estos son los ingredientes del encaje de aguja de Burano, un producto que, una vez terminado, se vuelve indestructible. La ropa se degrada, así como las telas, el bordado se quita, los hilos coloridos se arruinan, pero el encaje de Burano permanece para siempre, y eso es el encanto de esta profesión, que corre el riesgo de desaparecer pero que es capaz de dejar, a traves de un objeto aparentemente frágil, pero en realidad fuerte, una marca en el tiempo y en la historia.