En la Isla de San Michele un árbol de haya monumental cuida a los muertos enterrados en el cementerio hace 167 años

28 October 2021

Venecia, 27 de octubre de 2021- Se lo conoce como “Il pianto di faggio” (el llanto de la haya), porque su densa vegetación, con las puntas de las ramas que a menudo tocan el suelo, hacen que parezca un sauce llorón. Durante casi doscientos años, la haya secular cuida a los muertos de San Michele. En la isla, donde se encuentra el cementerio monumental de Venecia, pocos saben que en suelo salino de la cerca n°XVIII, un “Fagus sylvatica pendula” hunde sus raíces que, según los cálculos, fueron plantadas hace 167 años. Mide más de doce metros de altura, su follaje tiene un diámetro de diez metros, y tiene raíces largas de más de tres metros. Es llamado “árbol monumental” por su longevidad y majestuosidad, que tiene un valor particular en términos históricos y culturales y, como tal, se monitorea constantemente por parte de la municipalidad de Venecia. Cada seis meses se hacen controles para verificar su estado vegetativo y las posibles mutaciones de sus características, informaciónes que luego se transmiten al Ministerio de Agricultura, que inspecciona y protege las plantas más antiguas del territorio italiano.

La Haya encontró en el cementerio de Venecia las condiciones ambientales ideales y, poco a poco, creció hasta convertirse en parte integral de la isla, enriqueciendo el espacio con elegancia, y naturalidad, como a querer vigilar el sueño de los muchos venecianos, y extranjeros, enterrados en las aguas de la laguna.

Plantada a mediados de 1800, la haya secular vio el nacimiento del cementerio, convirtiéndose en una espectadora silenciosa de todas las transformaciones que han seguido a lo largo del tiempo.

San Michele, lugar de muerte y vida, recoge y conserva las historias de los más de 200 mil muertos que descansan aquí. Almas venecianas, y almas extranjeras, enamoradas de la ciudad que este año celebra los 1600 años desde su fundación, que han elegido la paz de la isla como descanso eterno. Almas de diferentes religiones, protestantes y ortodoxos, que conviven juntas como testigos de la apertura al mundo de Venecia.

Construido por primera vez en la isla de San Cristoforo della pace- después que Napoleon, con su decreto de 1804, tomó la decisión de trasladar las tumbas fuera del centro de la ciudad, por razones de higiene- ya dentro de un tiempo, en 1813, su espacio disponible resultó insuficiente, y la cercana isla de San Michele fue enterrada para permitir la expansión del cementerio, completado en 1876.

Como conexión entre las dos islas, el antiguo y el nuevo cementerio, se encuentra el famoso semicírculo de capillas que se juntan una tras otra.

Gracias a su peculiaridad San Michele, que recoge los restos de personajes famosos, es meta de los peregrinos en los días de los santos y los muertos, sino que es también un museo al aire libre que se visita con mucho interés durante todo el año.

Alguien trae piedras y conchas sobre la tumba de Igor Stravinky y su esposa Vera, alguien más deja una zapatilla al empresario ruso Sergei Diaghilev, o un saludo al poeta ruso Iosif Aleksandrovic Brodski. Pero San Michele abraza a todos sin excepción: atletas, como Helenio Herrera, actores como Lauretta Masiero y Cesco Baseggio, compositores como Luigi Nono, pintores como Emilio Vedova, Teodoro Wolf Ferrari y Virgilio Guidi, matemáticos y físicos como Christian Andreas Doppler. Más de cien nombres bien conocidos, a los que se añaden religiosos, aviadores, soldados, muertos en la guerra, historias de mujeres a las que los maridos dedican frases conmovedoras, y todos los niños desgarrados del amor de los padres, caras comunes cuya vida está enterrada junto a sus restos. Y luego están las historias que San Michele sigue transmitiendo, como la de la rusa de veintidós años, Sonia Kaliensky, que en Venecia se quitó la vida por amor, como consecuencia de un matrimonio concertado. La figura de la joven, de cuerpo entero en bronce, está acostada, así como se encontró en el momento de la muerte, con los ojos cerrados, en camisón y con el brazo colgante. Cien años más tarde, su mano es brillante por todas las caricias de los visitantes, profundamente conmovidos por una joven vita rota, que ahora descansa junta con cien mil otras vidas acabadas.